miércoles, 31 de julio de 2013

DE LA MAREA





Oirse en la palabra viva, en las correspondencias de la memoria.

En la sombra cae la sal y la cal, es la transparencia de la mañana atlántica

Acaso solo agosto conoce las ventanas del oleaje.






martes, 30 de julio de 2013

DE LA HISTORIA



En la vieja imagen posan en el entrenamiento antes del partido entre las selecciones nacionales de España y Portugal. De pie, entre otros, Pepe Brand está a la derecha de Ricardo Zamora y sentados Herminio Martínez junto a Enrique Spencer, aunque no aparece, también está José Samitier. La vieja imagen es en el campo del Reina Victoria en el año 1923. La escuela sevillista está naciendo e irrumpiendo con su dimensión artística en este deporte. Hace unas noches recordaba a Manolo Ocaña en la lejana noche chipionera. Al adolescente le costaba creer que aquel hombre alto y anciano, tan torpe ya de piernas, fuera en su día un formidable futbolista, la emoción y el afecto guiaban sus recuerdos que desgranaba junto a su inseperable compañera Pepa.

Fuente Imagen; Ayer y hoy sevillista.

domingo, 21 de julio de 2013

LA ESCRITURA Y LA VIDA

Por Fernando Broncano

La escritora y militante de los nuevos feminismos Gloria Anzaldúa (1942-2004) aconsejaba a todas las mujeres (a todas) que se convirtieran en escritoras. Ella sabía de lo que hablaba. La escritura se abrió ante ella como una escalera para salir del pozo en que podría haberse convertido su vida de estigmas y resignación a un destino de mujer chicana abandonada en la cuneta de la historia. El cuaderno fue su Kamchatka, su último refugio de resistencia. 

En el consejo de Anzaldúa está implícito también un rechazo a la concepción deportiva del arte y la literatura, según la cual alguien tiene que triunfar sobre los demás y sobre el tiempo para ser reconocido como escritor o escritora clásico e inmortal. Se escribe para vivir no para sobrevivir. Se escribe para que las palabras se detengan antes de salir y nos dejen pensar y nos hagan más lento y denso el proceso de autotransformación en que consiste la vida. Escribir aunque sea una lista (de deseos, de olvidos); escribir sin sintaxis, un mapa de palabras; escribir una carta, muchas cartas; escribir un poema, una tesis, un cuaderno de campo. Escribir como forma de pensar. 

Al hablar nos encontramos en un espacio habitado por otros en el que nuestras palabras se acomodan a las situaciones. Sean relatos, preguntas o gritos, la palabra hablada es un modo de estar en otros. Escribir es habitar un territorio y vivir un tiempo propios. Cuando Virginia Woolf clamaba por un cuarto propio pensaba en un cuarto para escribir. Para todas, para todos. Y en realidad la escritura ya es ese cuarto. 

No han sido pocos los escritores que han escrito para seguir viviendo, hasta que han podido: la misma Virginia Woolf, Semprún, Primo Levi, Imre Kertész, Paul Celan, Liana Milu, Luis Martín Santos, Alejandra Pizarnik, David Foster Wallace. Pero han sido ilimitados más quienes han llevado su vida en un cuaderno. 

La escritura es el más efectivo instrumento para repartir la sensibilidad, para hacerse cargo de la experiencia y restañar las heridas de la vida. No es cosa de intelectuales ni de literatos enredados en juegos florales. Es una barrera que ponemos entre la Historia y la historia de cada uno. Cuando todo nos ha sido desposeído nos queda la palabra. Llega entonces el tiempo de la escritura. A pesar de que el psicoanálisis haya usado como terapia principalmente la palabra hablada, porque hablar ya es hacer que el alma deje desvelar su daño, la escritura añade una lentitud a la que nos obliga la elección de las palabras, el saberlas sobreviviendo a nuestro acto de habla. Escribimos para que el tiempo sea nuestro relato. Escribimos para que el lenguaje sea nuestra casa y no un páramo desolado.

sábado, 13 de julio de 2013

DE CALENDARIOS



Venías con la noche, estabas viva. Venías del fondo del cuerpo de la tierra, quemabas, había sal en tus ojos. Vivíamos en la transparencia del verano. Luego volvimos, estabas muerta, con la luz en el cuerpo del tiempo. En el ser del agua vuelvo a preguntarte por la luz, por el tiempo del rito en el recogimiento de tu corazón. Cuerpos de la tierra, umbral de cenizas; estabas viva, venías de mis ojos. 



lunes, 8 de julio de 2013

DE LA MAREA



Te separaste de los que visitaron aquella tierra, hijos del pueblo, jóvenes románticos. En los mundos marinos viste la adoración, su nuevo arte. Había un modo único trasmitido en la disolución, días de la primera forma. Qué música iban a tocar.

COMIENZA LA HISTORIA, 1890



Por Unknown

El Sr. Jonhsnton , presidente del Sevilla FC en 1890, se preparaba para arbitrar aquel partido en el Hipódromo de la Dehesa de Tablada frente al club de recreo de Huelva, que fue invitado por los propios socios sevillistas, para casi perpetrar eso que hoy conocemos como el primer partido conocido en suelo español entre clubes, y sobre todo bajo las normas de la Asociation Rules, o lo que es lo mismo, aquellas reglas que distinguen el fútbol del fútbol rugbi. 

Hugh MacColl, él prefirió llamarse Hugo y conservó el nombre españolizado incluso cuando volvió a Gran Bretaña, fue el primer capitán de aquel equipo sevillista compuesto por mitad británicos y mitad españoles, todo un entrenador y directivo, pues era lo mismo en aquella época, y parece que era el único consciente de la responsabilidad que supondría activar aquel dispositivo, que daría el pistoletazo de salida del inmenso espectáculo de masas que ruge tras un balón. 

En su diálogo con el presidente Johnston, antes de revelar a Sevilla el arte de la esferomaquia por primera vez, dos niños pasan por delante de ellos, Carlos y John, muy pequeños todavía e hijos del propio Edward Farquharson Johnston y de un tal John Sidney Langdom, socio y médico del equipo sevillista, jugarían años más tarde, en torno a 1905 en el club de la ciudad. 

Preocupado el capitán MacColl que además el partido se celebre en la ciudad de Sevilla, donde un señor apellidado Ritson, jugador del Sevilla FC, marcase el primer gol conocido en España. Y es que… 

Entonces como ahora también se preparaban los partidos. En 1890, hace la friolera de 123 años, ya bajaba el presidente a la hierba a arengar a su capitán para que, a su vez, este transmitiera al resto del equipo esas palabras animosas.

Entonces como ahora en Tablada o en Nervión, los sevillistas conformaban un Club perfectamente reconocible por sus principios, por sus ideales, por su plena conciencia de pertenecer a un grupo diferenciado y perfectamente reconocible. 

Entonces como ahora nuestro nombre no ha variado y se pronuncia Sevilla Fútbol Club, tres palabras mágicas que han dado gloria a esta ciudad para siempre.

Entonces como ahora nos sentimos orgullosos de representar a la ciudad de Sevilla y aunamos todos nuestros esfuerzos en la lucha deportiva para dejar su pabellón bien alto allá donde vamos y ofrecerle el máximo de triunfos. 

Entonces como ahora somos un Club de fútbol y a eso nos hemos dedicado durante 123 años a preparar concienzudamente cada desafío, cada partido y cada campaña.

Entonces como ahora pensamos en el futuro y desde los primeros tiempos han estado presentes los niños y jóvenes en nuestra entidad asegurando los relevos generacionales y la continuidad de nuestra institución. 

Entonces como ahora hemos sembrado la ilusión en la ciudad a través de nuestros diversos campos de sports repartidos por toda su geografía practicando y ofreciéndole a Sevilla un nuevo deporte llamado fútbol que desconocía hasta ese momento. 

Entonces como ahora renace la esperanza en la victoria cada vez que el Sevilla Fútbol Club salta al campo y nuestra fe en el éxito cada temporada que comienza. 

Entonces como ahora nació la llama del sevillismo. 

Ahora, por último, queremos hacer público nuestro agradecimiento a los que entonces nos permitieron llegar hasta aquí. El sevillismo rugirá esta temporada, por aquellos que nos precedieron, y en las gradas del Ramón Sánchez Pizjuán.


domingo, 7 de julio de 2013

LA ILUSIÓN DE LOS BIENES COMUNES



Por César Rendueles

Hay una paradoja extraña en los movimientos ciberactivistas. Por un lado, sobreestiman las posibilidades de la tecnología. Por otro, cultivan el atavismo. Los gurús tecnológicos proponen analogías entre los DRM y los enclosures (los procesos históricos de expropiación de las tierras comunales en Inglaterra entre los siglos XVII y XIX). Ven similitudes entre la generosidad digital y el potlach (un sistema de festines tradicionales de los nativos de la costa noroeste norteamericana). Nos sugieren que entendamos Internet como un bazar (una institución secular de intercambio mercantil de origen persa). 

Es como si creyeran que Internet nos permite reengancharnos con el entorno supuestamente cordial de las sociedades tradicionales tras el incómodo paréntesis de la modernidad. Tal vez por eso la única alternativa a la mercantilización que se plantea desde las filas del ciberactivismo es la recuperación del concepto de “bienes comunes” (en inglés, commons), otra reliquia historiográfica. 

Los commons son los bienes y servicios que en innumerables sociedades tradicionales se producen, gestionan y utilizan en común. Pueden ser pastos, cultivos, recursos hídricos, bancos de pesca, leña, caza, tareas relacionadas con el mantenimiento de los caminos, la siega, la alfarería o el cuidado de las personas dependientes. Los ciberactivistas insisten en que hay un parecido al menos formal entre estas formas seculares de cooperación y la redacción de un artículo para Wikipedia, la programación de software libre o el subtitulado altruista de películas o series de televisión. 

La discusión contemporánea más conocida sobre los bienes comunes se remonta a un famoso artículo de Garrett Hardin que explicaba como la gestión de los recursos de uso común se enfrentaba a un dilema. Si varios individuos actuando racionalmente y motivados por su interés personal utilizan de forma independiente un recurso común limitado, terminarán por agotarlo o destruirlo, pese a que a ninguno de ellos les conviene ese resultado. 

En vez de intentar refutar a Hardin, la economista Elinor Ostrom se hizo otra pregunta igualmente interesante. ¿Cómo pudieron, entonces, sobrevivir los comunes en las sociedades tradicionales? Los miembros de las sociedades neolíticas no eran héroes morales ni colectivistas idiotas. Sabían distinguir al menos tan bien como nosotros entre su interés individual y el de su comunidad y a menudo sentirían la tentación de incumplir los acuerdos colectivos. En realidad, lo enigmático es que no se haya dado la tragedia de los comunes más a menudo. 

A través de una ambiciosa investigación, Ostrom descubrió las condiciones institucionales en las que es más probable que surjan acuerdos sobre los recursos de uso común eficaces y estables. Se trata de un entramado organizativo muy sofisticado que las comunidades antiguas desarrollaron a través de un proceso evolutivo de deliberación. ¿Es aceptable establecer una analogía con el contexto cooperativo digital actual? En pocas palabras: no. 

La práctica totalidad de los bienes y servicios que se mencionan habitualmente como recursos de uso común digitales son, en realidad, lo que los economistas denominan “bienes públicos”. Para empezar, son infinitamente reproducibles sin coste adicional. Eso no tiene nada de malo, pero significa que se disfrutan a la vez, no en común. Pero, sobre todo, son el producto de una preferencia individual por el altruismo. Disponemos de ellos porque alguna gente antepone la preocupación por los demás al interés propio. Es loable y digno de gratitud. Sin embargo, la producción de bienes comunes tradicionales no dependía de la generosidad individual sino que estaba incrustada en sistemas de reglas sociales muy estables. Formar parte de una comunidad tradicional significaba estar comprometido con esas reglas. Por eso los bienes comunes digitales carecen de las características generales que Ostrom atribuye a los commons: no tienen límites bien definidos, las reglas de apropiación y provisión no están adaptadas al entorno local, no hay mecanismos eficaces de vigilancia y resolución de conflictos… 

Los internetcentristas imaginan que la cooperación digital nos aleja tanto del individualismo liberal, para el que el interés egoísta era el motor del cambio social, como del Estado paternalista que ahoga la creatividad personal en una ciénaga burocrática. Imaginan un mundo lleno de emprendedores celosos de su individualidad pero socialmente conscientes. Donde el conocimiento será el principal valor de una economía competitiva pero limpia e inmaterial. 

Es un programa atractivo que ha rebasado los límites de Internet. De hecho, muchos izquierdistas reivindican hoy una economía de los bienes comunes como proyecto político deseable y factible. Consideran que es una alternativa tanto al capitalismo neoliberal como al callejón sin salida burocrático de los estados del bienestar: una forma sencilla de quedarnos con lo mejor de una economía cuyo motor no sea el afán de lucro individual sin caer en la sumisión a las élites políticas. 

El problema es que las relaciones comunitarias densas y continuas son esenciales para la supervivencia y la estabilidad de los sistemas de bienes comunes. Casi no existen en las sociedades modernas -que se caracterizan por un grado alto de fragilidad de las relaciones sociales- porque la tentación de no cooperar es muy fuerte cuando la interacción social es anónima y discontinua. 

El proyecto antagonista de los bienes comunes infravalora sistemáticamente estas dificultades. Creo que es el producto de una contaminación del mundo político por el ciberfetichismo. Internet genera la ilusión de un vínculo social sin ninguna de sus características materiales. No resuelve los problemas del individualismo, sólo hace que no nos importen. La verdad es que desarrollar sistemas amplios y estables de gestión de recursos comunes en las sociedades complejas es extremadamente difícil y ninguna ortopedia tecnológica va a disolver ese dilema. 

Por otro lado, ya disponemos de un repertorio amplio de mecanismos institucionales diseñados para mitigar los efectos del mercado en un entorno no comunitario, como asociaciones ciudadanas, cooperativas, universidades y un abanico de intervenciones públicas cuya enorme diversidad queda desfigurada cuando se agrupan bajo el lema del “estado burocrático”. Ninguno de ellos posee ese aura típica del automatismo digital. Se caracterizan por ser desesperantemente lentos, engorrosos y contradictorios… Tanto como la propia vida en común. 

La moraleja es que tenemos mucho más que aprender de iniciativas contemporáneas de democratización económica modestas y poco espectaculares que de experiencias históricamente remotas o exóticas y minoritarias. Fagor o Zen-Noh no tienen el encanto de alguna revuelta tardomedieval de la baja Sajonia o de un hacklab berlinés. Son proyectos interesantes no a pesar de sus enormes contradicciones políticas y sus limitaciones prácticas sino a causa de ellas. 

Construir un entorno económico cooperativo a partir de un contexto social tan autodestructivo como el nuestro es una tarea titánica que seguramente merece la pena intentar. Pero para ello no resulta de mucha ayuda adentrarse en caminos cegados cuya principal virtud es esa exquisita coherencia que sólo poseen las entidades ficticias… como los bienes comunes de las sociedades complejas.

Fuente; espejismos digitales