viernes, 30 de julio de 2010

SEMBLANZA DEL P. LERCHUNDI



Era el Padre José Lerchundi, cuando tuve el honor de conocerle, de bien promediada estatura y corpulencia, aspecto sano, andar reposado y continente modesto. Cabeza erguida y bien calibrada; pelo ya gris y escaso; frente espaciosa de arcos superciliares marcados y cejas muy movibles y bien dibujadas. Los ojos eran pardos, de dulce expresión; las orejas de pabellón amplio; la nariz gruesa; los labios finos; cubierta con un bigote no muy poblado, como la barba, que incesantemente mesaba el Padre, como si le molestase, aunque más bien quizá por pulcritud, pues era, como Pio IX, incorregible aspirador de rapé, cuando conversaba familiarmente o paseaba dictando a su secretario. Entonces abría los brazos en ritmico movimiento, como si hiciera gimnasia, recorriendo a trancos la estancia, mas por lo general tenía las manos cruzadas mansamente, dispuestas siempre a estrechar con fuerte apretón las del amigo, pero propensas a ocultarse humildes entre las mangas del hábito cuando se quería rendir el debito tributo de respeto al venerable religioso, cuya bendición se deseaba y cuyo trato se apetecía al momento de conocerle.

En la conversación era discretísimo; su voz escasa pero bien timbrada, hablaba en una tonalidad baja, siempre simpática y pausadamente; la risa era franca e infantil; oía con benevolencia a todos, y sus observaciones más ligeras destilaban consejos sabios y prudentes. Dotado de un corazón ingenuo, enemigo de la doblez y la mentira, no gustaba del elogio, y gozaba lo indecible favoreciendo siempre a quienquiera que fuese.

Músico de verdadera inspiración, transfigurábase al órgano cuando acompañaba al coro religioso, cantando él con afinada voz de barítono, y deben conservarse curiosas transcripciones suyas de cantos árabes y composiciones de mérito. Como buen vascongado interpretaba los aires populares de su país con gusto y una delicadez incomparables…La historia le hará justicia, si es que sus contemporáneos no se apresuran, como deben,  a hacérsela en estos momentos”.


Doctor Tolosa Latour: El Padré José,
Págs. 26-29.


Tolosa Latour, el P. Lerchundi y La loca de la casa



En las cartas dirigidas a Galdós por el médico Tolosa Latour (Augusto Miquis) y publicadas hace pocos años por nuestro amigo el doctor José Schraibmanaparece mencionado varias veces el franciscano P. José Lerchundi. En la carta núm. 12, 18 de julio de 1891: «Lerchundi está en Marquina». En la carta núm. 17, 2 de agosto de 1892: «[...] salgo esta tarde para Regla con el P. Lerchundi para asuntos profesionales». En la carta núm. 18, de 5 de setiembre de 1892: «Acabo de llegar de Andalucía, donde fui acompañando al P. Lerchundi para un asunto de que te hablaré a nuestra vista». En la carta núm. 28, de 24 de agosto de 1894: «Hoy salgo para Chipiona con el arquitecto para convertirme en D. Manuel de La loca de la casa... Ya debías hacer una escapada para ver por dentro un convento de franciscanos y vivir con ellos unos días. Está el padre Lerchundi». Por fin, en la carta núm. 30 (última), de 6 de agosto de 1895: «[...] me voy a las hospitalariasgracias al Sanatorio playas de Chipiona donde el P. Lerchundi nos espera» (en esta frase me permito corregir «los hospitalarios» en «las hospitalarias», porque me parece que el masculino no tiene sentido).
Creo que estos pasajes, a pesar de su brevedad alusiva, merecen unos comentarios que podrán tener interés para los galdosistas. Sobre el P. José Lerchundi (1836-1896) no hace falta insistir: se trata de personaje conocido. Nos limitaremos a recordar de modo muy escueto su carrera, por lo demás sumamente sencilla. Nacido en Orio (Guipúzcoa) en 1836, José Lerchundi entró en la Orden de los Franciscanos y dedicó toda su vida al apostolado en Marruecos, cuya misión pertenecía entonces a su Orden; residió sobre todo en Tánger, en donde murió el día 8 de marzo de 1896, dejando fama lo mismo de virtuoso religioso que de competente arabista, y después de ocupar el cargo de prefecto apostólico de Marruecos. Entre sus numerosas actividades figura en 1880-1882 la fundación en Chipiona (provincia de Cádiz) de un colegio franciscano cuyo objeto era la formación de misioneros para Marruecos y Tierra Santa. Este colegio se estableció en el antiguo convento agustino de Nuestra Señora de Regla (cf. supra la carta núm. 17 de Tolosa Latour), ubicado en dicha localidad de Chipiona. Esta circunstancia explica los acontecimientos posteriores.
En 1892, el doctor Tolosa Latour, que desde el año de 1878 hacía activa propaganda a favor de la infancia desamparada y de la fundación de sanatorios para los niños raquíticos y tuberculosos -esos niños raquíticos que aparecen tantas veces en las novelas de Galdós- tuvo ocasión de lamentar, en una conversación íntima con el P. Lerchundi, que España se preocupase tanto de celebrar con mucho lujo y fausto el cuarto centenario del descubrimiento de América, mientras no se hacía nada por la tierna infancia, tan necesitada de ayuda y protección. El Padre franciscano le ofreció entonces su colaboración, y poco después se iban ambos a Regla, con el propósito de elegir terreno para el futuro sanatorio, sin contar con otros preparativos. A este viaje aluden seguramente los primeros pasajes citados más arriba, con fecha de 2 de agosto  y 5 de setiembre de 1892 respectivamente (cartas núms. 17 y 18). De ellos resulta que la estancia de Tolosa Latour en Andalucía duró más o menos un mes. Tanto él como el P. Lerchundi eran hombres muy activos y emprendedores, y las cosas marcharon rápidamente a pesar de las inevitables dificultades: el día 12 de octubre del mismo año (fecha escogida a propósito, según parece, y como para compensar el derroche de las fiestas oficiales del descubrimiento de América) se colocaba ya la primera piedra. Como siempre, hacían falta fondos, y a este respecto fue decisiva la intervención del P. Lerchundi, pues él, hondamente desinteresado en todo lo personal, a fuer de buen franciscano, supo reunirlos con la habilidad que acostumbran los eclesiásticos en esta clase de menesteres. Contribuyó la Reina Regente doña María Cristina, con un donativo de 10.000 pesetas, contribuyeron aristócratas, políticos y hombres de negocios, entre ellos el marqués de Comillas. En el verano de 1893, Tolosa Latour hizo otro viaje a Chipiona. Este viaje no aparece en las cartas publicadas por el doctor Schraibman, pero resulta de otra escrita por Lerchundi a la Reina Regente en la que dice, en 22 de agosto de 1893: «Desde hace tres días me encuentro en este Santuario de la Virgen de Regla con mi querido amigo el doctor Tolosa Latour, que ha venido a ultimar todos los preparativos para desde luego dar principio a los trabajos del primer Sanatorio marítimo español...».
Del año 1894, que es el de la tercera carta publicada por el doctor Schraibman en que se menciona el nombre de Lerchundi (núm. 28), tenemos varios documentos referentes a la empresa de Chipiona:
1.º una carta del P. Lerchundi, fechada en La Aliseda (en donde estaba tomando las aguas), 2 de julio de 1894, y dirigida al marqués de Comillas, en la que, detalle curioso, no menciona a Tolosa Latour;
2.º otra del mismo, 5 de julio de 1894, al papa León XIII, pidiéndole su bendición para el Sanatorio, y la contestación -favorable desde luego- del Vaticano (14 de julio de 1894); en esta contestación, firmada por el cardenal Rampolla, se notan las líneas siguientes: «[...] el Augusto Pontífice ha tenido palabras de elogio, tanto para el egregio señor doctor Tolosa Latour, que ha concebido y por mucho tiempo madurado el proyecto, cuanto para V. P., que favorece su realización».
3.º otra de 13 de setiembre de 1894 dirigida a Lerchundi desde La Granja por la infanta Isabel, que promete un donativo, y recuerda que ya tenía noticia del proyecto por el Dr. Tolosa Latour;
4.º otra de la infanta Paz al mismo Lerchundi, 20 de setiembre de 1894, que envía un modesto donativo (200 pesetas);
5.º otra de la infanta Luisa Fernanda al mismo Lerchundi, Sevilla, 3 de noviembre de 1894, que le anuncia un donativo de mil pesetas.
Entre los que contribuyeron, pero después, hay que señalar al propio Galdós: en 1904, cuando se dio una función de El abuelo a beneficio suyo, entregó toda la cantidad recogida al sanatorio de Chipiona.
Los Estatutos de la Asociación Nacional para la fundación de sanatorios y hospitales marinos en España, estrechamente ligada con la fundación de Chipiona, constan de veinte artículos y fueron visados por el Gobierno Civil de Madrid el 30 de julio de 1894.
Todos estos detalles constituyen, a lo menos en parte, el «background» de lo que escribe Tolosa Latour en la carta núm. 28 del doctor Schraibman, y de toda la documentación reunida por el principal biógrafo de Lerchundi, el P. José M. López, se desprende la impresión de que la colaboración entre el médico y el franciscano se desarrolló en una atmósfera de entera e íntima cordialidad. El 13 de marzo de 1896, a raíz del fallecimiento de Lerchundi -muerto en Tánger cinco días antes- y con su seudónimo de El doctor Fausto, Tolosa Latour publicaba en El Imparcial de Madrid un artículo necrológico donde prestaba homenaje, con profunda emoción, a la labor del «Padre José» en la creación del sanatorio de Chipiona.
En este asunto, merece un comentario especial la carta de 24 de agosto de 1894 (núm. 28) en la que Tolosa Latour declara que se convierte en el don Manuel deLa loca de la casa. Como se sabe, la novela dialogada así titulada es de 1892, y la comedia correspondiente se estrenó en Madrid el 16 de enero de 1893. Por lo tanto, hay una coincidencia cronológica perfecta entre la aparición de esta obra y la iniciativa conjunta de Tolosa Latour y de Lerchundi. La mención de «D. Manuel» por Tolosa produce alguna sorpresa, porque, a primera vista, no hay ningún personaje de este nombre en La loca de la casa. Pero, leyendo el texto con atención, nos damos cuenta que el tal don Manuel no es otro que el alcalde Jordana, que casi siempre sólo aparece con su apellido. Si no me equivoco, lo llama don Manuel una sola vez en la novela dialogada (acto IV, esc. 9) y dos veces nada más en la comedia (acto IV, esc. 6 y 9) una hermana de la Caridad cuando se dirige al alcalde. Es lo único que hay, y ese detalle nos revela el cuidado con que Tolosa Latour leyó la obra, o la escuchó cuando la representación. Mas hay algo más importante: Jordana es el fundador de un hospital, asilo de huérfanos y casa de expósitos. Y como Tolosa también se llamaba Manuel, es natural que le haya chocado la coincidencia. Pero ¿se puede de veras hablar de coincidencia? Entre la elaboración de La loca de la casa y la creación del sanatorio de Chipiona hay una interferencia muy notable. La carta que anuncia a Galdós la salida de Tolosa y Lerchundi para Regla es del 2 de agosto de 1892, la que le anuncia el regreso es de 5 de setiembre de 1892. Por otra parte, La loca de la casa es de octubre de 1892.Desde hacía tiempo, Galdós conocía perfectamente las preocupaciones y actividades de Tolosa Latour en pro de la infancia enferma y desvalida, y no entrañaban para él ninguna novedad. Pero poco antes de la elaboración de La loca aquellas preocupaciones y actividades tomaron de pronto un giro preciso y concreto con la creación del sanatorio de Chipiona. No parece temerario, pues, suponer que, en La loca de la casa, el personaje de don Manuel Jordana, fundador de un hospitalasilo y tocayo de Manuel Tolosa Latour, nació en parte -sólo en parte, desde luego- del conocimiento que tuvo Galdós de la fundación del sanatorio de Chipiona.
Evidentemente, en la obra, Jordana y su hospital representan un elemento secundario y como marginal. Pero ya sabemos que esto ocurre muy a menudo en las novelas de Galdós; se ha notado que el argumento principal viene acompañado de argumentos secundarios -una especie de contrapunto- que se entrecruzan con él. Podemos añadir que estos argumentos secundarios son la parte donde Galdós coloca ciertos recuerdos o alusiones personales, mientras parece que reserva el esfuerzo de creación original para el argumento principal. A este respecto, precisamente, resulta muy característico el caso del mismo Tolosa Latour que, bajo el nombre de Augusto Miquis, figura tantas veces en las novelas de Galdós, pero no adquiere nunca dimensiones importantes y permanece siempre en el segundo plano, fuera del argumento principal.

Robert Ricard, La Sorbona. París
Fuente; Biblioteca  digital Miguel de Cervantes
Anales galdosianos, año III, 1968

miércoles, 21 de julio de 2010

EL POETA EN LA PLAYA



Parece que la obra y el legado de Rafael Alberti no atraviesan buenos tiempos, en algunas cuestiones y matices se asemeja a lo que padecen Antonio Machado, Cernuda o Miguel Hernández, cada día que pasa más antirrepublicanos y a los que hay que denunciar o perdonar si algún día lo fueron. Reír para que no le salga a uno su mal carácter, porque, ¿qué decir, qué historia o critica ante personas que pugnan por poner el mundo al revés?.
Creo, si la memoria no me falla, que fue en agosto de 1989 cuando Rafael Alberti visitó por primera vez Chipiona, llegaba, entre otras cosas, para dar lectura de algunos de sus poemas, él mismo lo dijo en su saludo, disculpándose, pese a la cercanía a su Puerto natal, de haber pasado tantos años sin conocerla. El acto se celebró frente a la Capilla del Cristo de las Misericordias, donde quiere la leyenda que este imagen salvara al pueblo de la furia de las aguas debido al terremoto de Lisboa de 1755. El mismo pueblo que fue a escuhar al poeta aquella tarde de verano inolvidable, sintiendo su cercanía, sin el boato ceremonioso que suelen tener estos actos. Les dejo con el último poema que leyó en aquel ya lejano agosto.



Algunos se complacen en decirme:

Estas viejo, te duermes,

de pronto en cualquier parte.

Llevas raras camisas,

cabellos y chaquetas estentóreas.

Pero yo les respondo

como el viejo poeta Anacreonte

lo hubiera hecho hoy:

-Sí, sí, pero mis cientos de viajes por el aire,

mi presencia feliz, tenaz, arrebatada

delante de mi pueblo,

mi voz viva con eco

capaz de alzar al mar a cimas de oleaje,

y las bellas muchachas, y los valientes jóvenes

que me bailan en corro…Y siempre el sostenido, ciego amor,

más allá de la muerte…


viernes, 16 de julio de 2010

LA LUZ EXHUMADA



El signo muerto del arte lo firma el artista, recordaba. Quien sigue con las huellas y los naufragios de la memoria está trazando sobre la cal, con arena y viento. Lo ves sentado sobre el malecón en otra tarde de verano, mira ahora las luces del poniente, la tiniebla calurosa en la casa del horizonte, los cuerpos oscuros y húmedos que traen la quemada luz, una deriva para el corazón de la noche. Lugares y fantasmas, una nada de sueños extendida sobre la nada, que otros vivieron y escribió Broch.




LA LUZ EXHUMADA



De pronto, en la calurosa tarde,


la olvidada y extraña intensidad


vuelve por una calle solitaria


a la bodega perdida y sombrosa.


Entrabas en tu cuerpo y en el mundo


con la honda luz de la noche del mar,


ella en los lentos sueños del verano.


Su voz de lucidez o de locura


te borran con esta memoria errante,


con esta nada después del naufragio.



Julio, 1999



martes, 13 de julio de 2010

Jacques Rancière: "Las artes visuales se apropiaron de la palabra"



uuuu

Jacques Rancière es una figura de muchas caras. Un marxista podrá reconocer a uno de los coautores del célebre Para leer El capital, libro realizado alrededor de las enseñanzas de Louis Althusser en la década del 60. Un historiador podrá ubicarlo como uno de los que reconstituyó la memoria de las luchas obreras del siglo XIX en su tesis de doctorado, La noche de los proletarios, que saldrá en castellano el año próximo por la editorial Tinta Limón, o como el autor de Los nombres de la historia. Un especialista en educación no podrá pasar por alto las provocativas tesis de El maestro ignorante. Un amante de la ciencia política podrá identificarlo por El desacuerdo, En los bordes de la política, El odio a la democracia y sus once tesis sobre la política. Aquellos versados en estética contemporánea no podrán evitar pensar en La división de lo sensible, La fábula cinematográfica, La carne de las palabras y Política de la literatura, entre otras obras. La vasta producción de Rancière puede ubicarse en los últimos años en la relación entre estética y política, y es dentro de ella que se inscribe La palabra muda (1998), que acaba de publicar Eterna Cadencia.

Según Rancière, el arte y la política transformaron su vínculo durante las revoluciones del siglo XIX al calor del reclamo por la democracia. La palabra muda estudia ese proceso en lo que tiene que ver con la literatura, señalando su punto de aparición, su progresivo alejamiento de la lógica del resto de las artes en el siglo XX y sus consecuencias para la teoría estética. No es posible pensar el arte por fuera de la política ni mucho menos eliminar del nivel político sus aspectos estéticos. Pero esto no quiere decir que una de las instancias se subordine a la otra. En el caso de la literatura, su emergencia como campo específico es indisociable de ciertas ideas políticas que no tienen por qué reflejarse mecánicamente en lo escrito. De eso se trata esta entrevista que mantuvo con Ñ: cómo se configura, en el pasado y en el presente, el espacio literario en su especificidad y respecto de su contexto sociopolítico.

-Sobre el final La palabra muda usted sugiere que la literatura es el único campo que resiste a la crisis del arte. ¿Podría desarrollar más esta idea?

-Hoy ya no estaría de acuerdo con esta formulación, pues le otorga demasiada importancia a un tema entonces insistente como la "crisis del arte". Pero hay algo que me parece claro: la literatura está apartada del destino del arte contemporáneo, que se convierte cada vez más en un arte de la indistinción donde la calidad del artista no está vinculada a ningún saber-hacer instituido. Los pintores son clasificados hoy en la categoría de plásticos, en la que se encuentran también los fotógrafos y los videastas, y hasta artistas que no pueden crear nada con sus manos. Hombres de teatro, bailarines y músicos se confunden a menudo en el arte de la performance. Los escritores generalmente han resistido a las diferentes formas de indistinción que pudieron presentarse en la época dadaísta y futurista, en la época pop o la de la electrónica y la informática. La literatura no está sometida a una crisis de identidad. Vive de la herencia de sus contradicciones sin que éstas produzcan formas nuevas de relato y de escritura. ¿Qué obra literaria genera hoy escándalo?

-Usted dijo que"la literatura no inventa hoy categorías de desciframiento de la experiencia común" porque sus procedimientos fueron absorbidos por otras artes. ¿Cuál es, entonces, la importancia de la literatura?

- Pienso en efecto que ya no es tan importante como antes. La literatura, entre el tiempo de Balzac y el de Joyce, fue el laboratorio en el que se experimentaban las formas de descripción y de interpretación de la experiencia, y esto correspondía a las conmociones científicas, políticas y técnicas. Experimentó por ejemplo los modos de visión de la metrópolis, del paisaje urbano, de los comportamientos de sus habitantes que estuvieron luego en el centro de la fotografía y el cine, pero también en el corazón de la narración cotidiana. Los grandes novelistas también inventaron las formas que se estandarizaron en el relato periodístico. Es claro que la literatura no puede cumplir más ese rol en la actualidad. De allí la tendencia de la literatura a convertirse en algo así como un meta arte, un arte que reelabora al mismo tiempo su propio texto y las formas textuales y visuales que ayudó a engendrar.

- Usted plantea que la literatura durante el siglo XIX se desplegó entre dos géneros sin género: la novela y el ensayo. ¿Cuáles serían hoy esos géneros que permiten que la literatura perdure?

- Se puede constatar que estos géneros continúan funcionando. La forma novelesca se muestra todavía apropiada para hablar de la historia contemporánea. Pienso por ejemplo en la manera en la que Antonio Lobo Antunes, en El regreso de las carabelas, pudo adaptar una cierta forma de mezcla de tiempos y de voces tomada de Faulkner para hablar de la relación del Portugal posterior a 1974 con su pasado colonial. Pienso en la manera en la que Don de Lillo pudo, en Underworld, contar el devenir de Estados Unidos en los años 60 tal como Dos Passos había contado el devenir de Estados Unidos a principios del siglo XX, entrecruzando los relatos de destinos individuales. Esto implica que la novela se reapropia de las formas del relato, sobre todo de las del relato periodístico que nacieron de ella. La frontera entre lo "literario" y lo periodístico es un lugar privilegiado donde la novela y el ensayo pueden encontrarse.

- Si la literatura es, como dice, "el régimen históricamente determinado del arte de escribir", ¿cuáles son hoy esos condicionamientos históricos? ¿Cómo se plantearía, por ejemplo, el caso de las escrituras electrónicas, en especial los blogs?

- No quise decir que la literatura era el producto de ciertas condiciones históricas preexistentes, sino que es en sí misma una singularidad histórica: la "literatura" como la conocemos existe hace apenas 200 años aproximadamente en Occidente. Su existencia coincide con las revoluciones políticas modernas. Esto no quiere decir que sea la consecuencia de ellas, sino que su constitución participa de una ampliación de las formas de experiencia de la lectura y de la escritura. El caso de las escrituras electrónicas debe ser pensado en relación con esta ampliación. Hay que romper con el equívoco del concepto de escritura. La escritura designa, por un lado, una técnica, y por otro, un universo de experiencia, una forma de reparto de las palabras, de las experiencias, de los saberes. Las escrituras electrónicas cumplen un rol destacable desde este segundo punto de vista. Aquel que teclea sobre su computadora no tiene necesariamente una relación diferente con el acto de escribir que aquel que tecleaba en una máquina de escribir. Pero participa de un universo de experiencia transformado por la multiplicidad de las conexiones, por las nuevas posibilidades de dar forma a la experiencia.

- Señala a Flaubert, Mallarmé y Proust como los autores que despliegan las contradicciones de la literatura. ¿Existen en la actualidad figuras que expresen estas contradicciones?

- La literatura estuvo atravesada por una tensión fundamental. Por un lado, es la forma de discurso que resulta de la destrucción de las jerarquías entre los sujetos y los géneros. La novela llamada realista consagra la capacidad de los cualesquiera para ser los sujetos de la ficción e impone una palabra que anula la diferencia de estilos, una palabra que borra las marcas de distinción que caracterizaban a las belles lettres. El caso de Flaubert es ejemplar de este devenir anónimo de la literatura. Pero, por otro lado, la literatura fue acosada por el proyecto romántico de una palabra que sería más que palabra, que sería el principio de un nuevo modo de comunidad. Tanto Mallarmé como Whitman hacen de la poesía el principio de una economía simbólica que se superpone al orden económico ordinario. En el siglo XX este proyecto se invirtió, sobre todo en autores como Blanchot, que hicieron de la literatura una suerte de teología negativa. No creo que esas tensiones estén hoy presentes.

- Usted despliega la dicotomía entre hablar y ver. ¿Qué diferencia habría entre lo visible y lo enunciable en la literatura?

- Es claro que las artes llamadas visuales se apropiaron ampliamente de la palabra y la escritura. Hace dos años, en la Bienal de Venecia, el pabellón francés estuvo dedicado al trabajo "plástico" de Sophie Calle sobre una carta de ruptura, y las paredes de las salas estaban cubiertas de textos que representaban las múltiples interpretaciones que le daban a esta carta los escritores y los grafólogos. Los artistas visuales se apropiaron del espacio intermedio que separan a las "imágenes" producidas por las palabras de las imágenes producidas por la mano o la máquina. ¿Los escritores cultivan un terreno propio en relación con esto? No estoy absolutamente seguro. Pueden también abordar por su cuenta la misma relación entre lo enunciable y lo visible, como en el caso de W.G. Sebald. Sus grandes libros, Los emigrantes, Los anillos de Saturno y Austerlitz están construidos como comentarios de fotografías que tomó él mismo en los lugares que ha recorrido como viajero, pero son también lugares cargados de historia, se trate de los paisajes desindustrializados del este de Inglaterra o del campo de Terezin. La literatura se convierte entonces en una manera de tratar la historia en el estilo de la rememoración proustiana, pero también de penetrar en la relación entre lo que una imagen "dice" y lo que una descripción "hace ver".

- ¿Cuál sería la relación entre filosofía y literatura hoy?

- En el siglo de Flaubert la literatura no dejó de explicitar en sus relatos el tema filosófico al cual Schopenhauer dio su forma más lograda: la autonegación de la voluntad. De Balzac a Tolstoi, Zola o Ibsen los personajes y las historias de la literatura ilustran un cierto enceguecimiento de la vida, que reduce a nada los proyectos de la voluntad. En la actualidad, la relación entre filosofía y literatura funciona de otra manera, menos como una comunidad de visión del mundo que como una interrogación común sobre los vínculos entre pensamiento y escritura. Deleuze y Guattari se dedicaron en ¿Qué es la filosofía? a distinguir los perceptos y los afectos, producidos por el arte, de los conceptos filosóficos. Pero esta distinción es cuestionada en la elaboración misma de su filosofía, donde los textos de Artaud y los relatos de Kafka, de Melville o de otros escritores se convierten en experiencias de pensamiento. La filosofía es llevada a cuestionar su condición de discurso "sobre" la literatura, el arte o la política y a pensar más fuertemente su naturaleza como literatura, es decir, como experiencia de escritura y de pensamiento que no está por encima del resto de las experiencias con las que constituye un tejido común.

Pablo Rodríguez.

Ñ. Revista de Cultura. Clarín.