EN EL JARDIN DE MENTON
Es una de las primeras mañanas del otoño de 1923. Estamos sentados en un banco con Vicente Blasco Ibáñez en su jardín de Menton. Arboles, estanques, arbustos floridos, pájaros y peces. Está a punto de comenzar su vuelta al mundo, su última obra. Baroja nos dejó unas palabras que profieren también la obra de Blasco Ibáñez, “se puede escribir en un idioma muy correcto sin ser estilista, y se puede escribir mas incorrectamente y tener estilo. Evidentemente, si el estilo es carácter, un hombre puede tener una forma de expresión personal; si el estilo es la corrección lingüística y el aire académico, entonces, no”. En su jardín de Mentón, este Danton de la masonería fue fiel a su maestro y admirado Cervantes. Este escritor de vida convulsa y apasionada, convencido activista republicano, moderno en el mejor sentido de la palabra, con una independencia que le acercaba como pocos a las gentes sencillas De enorme vitalidad, su mirada no quiere ni puede dejar la realidad. En enfoque con Zola y Flaubert, Blasco toma de ellos el marco de elaboración de sus novelas, denso y colorista a veces, percibimos en todo cuanto escribió el reposo de una larga reflexión y de las experiencias a las que después sucede el caudal inmenso de un único brote narrativo. Como buen hijo naturalista, nunca sublima, está en el paisaje y con sus gentes.
LA VUELTA AL MUNDO
A través de las páginas de este libro encontramos lo mejor y lo peor de la escritura de Blasco Ibáñez, también comprensible por su rango naturalista, por el rígido pulso de una mirada a ras de tierra, es una buena piedra de toque dentro de su extensa producción, el tamiz ideológico del novelista está presente en todo momento a través de los múltiples paisajes y sus gentes, lo que mas le apasionaba, conservando las líneas principales con firmeza y claridad, su pasado de narrador costumbrista le hacer moverse con mucha destreza en el tono y el color adecuado, ráfagas a veces de crónica, pero también seguridad sin sublimación excesiva en los momentos mas delicados. Desde su jardín de Menton, Blasco nos invita a acompañarles por geografías extrañas y conocidas, hacia el confín de su biografía, algo incomprendida, pero sin voces desagradablemente populacheras y de carácter tarabilla. Su trayectoria y triunfo fuera del país, paradójicamente, le perjudicaron, dejándonos una imagen y un juicio que todavía aun hoy perdura.
Es una de las primeras mañanas del otoño de 1923. Estamos sentados en un banco con Vicente Blasco Ibáñez en su jardín de Menton. Arboles, estanques, arbustos floridos, pájaros y peces. Está a punto de comenzar su vuelta al mundo, su última obra. Baroja nos dejó unas palabras que profieren también la obra de Blasco Ibáñez, “se puede escribir en un idioma muy correcto sin ser estilista, y se puede escribir mas incorrectamente y tener estilo. Evidentemente, si el estilo es carácter, un hombre puede tener una forma de expresión personal; si el estilo es la corrección lingüística y el aire académico, entonces, no”. En su jardín de Mentón, este Danton de la masonería fue fiel a su maestro y admirado Cervantes. Este escritor de vida convulsa y apasionada, convencido activista republicano, moderno en el mejor sentido de la palabra, con una independencia que le acercaba como pocos a las gentes sencillas De enorme vitalidad, su mirada no quiere ni puede dejar la realidad. En enfoque con Zola y Flaubert, Blasco toma de ellos el marco de elaboración de sus novelas, denso y colorista a veces, percibimos en todo cuanto escribió el reposo de una larga reflexión y de las experiencias a las que después sucede el caudal inmenso de un único brote narrativo. Como buen hijo naturalista, nunca sublima, está en el paisaje y con sus gentes.
LA VUELTA AL MUNDO
A través de las páginas de este libro encontramos lo mejor y lo peor de la escritura de Blasco Ibáñez, también comprensible por su rango naturalista, por el rígido pulso de una mirada a ras de tierra, es una buena piedra de toque dentro de su extensa producción, el tamiz ideológico del novelista está presente en todo momento a través de los múltiples paisajes y sus gentes, lo que mas le apasionaba, conservando las líneas principales con firmeza y claridad, su pasado de narrador costumbrista le hacer moverse con mucha destreza en el tono y el color adecuado, ráfagas a veces de crónica, pero también seguridad sin sublimación excesiva en los momentos mas delicados. Desde su jardín de Menton, Blasco nos invita a acompañarles por geografías extrañas y conocidas, hacia el confín de su biografía, algo incomprendida, pero sin voces desagradablemente populacheras y de carácter tarabilla. Su trayectoria y triunfo fuera del país, paradójicamente, le perjudicaron, dejándonos una imagen y un juicio que todavía aun hoy perdura.