Extraña, preguntaba a la noche, a su desnudo misterio, en aquel ámbito de comienzo de otro verano. Mientras imperturbables pasaban, cansadas, las llamas de los sueños, las limpias letras de su sangre. Allí estaba, tan bella que hacía llorar, bebía y bebía, el deseo aguardaba sus pasos por los charcos de la orilla. Escapamos hacia una bodega encalada, solitaria y parral. Miré el rostro de los ancianos a la luz de la manzanilla, me vi anciano en el calor de su mano. En los arrecifes que la noche oculta al mar la desolada lucidez de sus palabras, temblor de pasión solitaria, mirándome ahora con los ojos
cerrados de un viejo cascarrabias
Febrero 2001