Así como hay la belleza japonesa,
hasta con su Venus de ojos oblicuos, chata y de pómulos salientes, hay otra
belleza frente a la belleza evidente. La niña de los peines es muy morena,
chata, de boca grande y ojos rasgados. Es de una juventud desgarrada,
profundizada, por los ardores de su canto. Le dan una gran seriedad esas cejas
suyas, reflexivas sobres sus cuatro ideas de pasión. En el tablao, sentada en
su silla como una reina dominadora, dejando que la guitarra se entone para
entrar en el cantar, La Niña de los Peines se eleva sobre sí misma; los
golpecitos de pie con que acompaña a la guitarra son elocuentes e imperiosos.
-Tin-tipitin-tipitin-
Mira hondamente a la sala, mira cómo
se mira al vacío cuando se está loco de pena o de amor, cuando se piensa en
otra cosa, en una cosa gravísima que turba el corazón. Son largos los solos de
esa guitarra que la acompaña. Ella, llena de importancia, se deja esperar mucho,
mucho, y al fin dice la primera queja de su cantar. Es un alarido, primero
desgarrado, muy desgarrado, casi sin ritmo, pero al que salva una cadencia
profunda con que ella lo ordena y armoniza de un modo inimitable. Así se ve que
el grito salvaje, desacertado y sincero, era necesario a la belleza del cantar
para darle unas entrañas vivas y conmovedoras.
Esto es los maravilloso, de este
flamenco que canta La Niña de los Peines, del verdadero flamenco que es la
prosa, el grito desesperado, bronco, cortado, espontáneo, de una altura
inaudita; la salida brusca, la ocurrencia estupenda, convertida en un canto de
clavijas apretadas, de medida precisa, de admirable enlace con la música.
Nada más serie que este cante
flamenco de la Niña de los Peines y a la vez nada más gracioso cuando ella lo
acaba o lo salpica con esos triquitraques de palabras, con esos estribillos
arbitrarios y cortados en que se olvidad y se burla de su dolor haciéndolo más
agudo, en que juega y coquetea con su pena, con el malabarismo admirable de su
voz, siempre llena de una sensibilidad sangrienta.
Me será inolvidable como he visto
a La Niña de los Peines de litúrgica, de erguida, pestañeando mucho sus ojos,
como esas estrellas que titilan nerviosas algunas noches, su boca abierta,
negramente abierta y torcida, para dar toda su voz, respirando ávidamente el
mucho aire que necesita su cantar. La Niña de los Peines es frente al cante
académico el canto libre, que sorprende con matices desconocidos de la voz, con
honduras desconocidas del alma, ecos misteriosos y combinaciones extrañas de
una cadencia áspera a la par que dulce.
Movida por la curiosidad de ver
de cerca de esta mujer tan genuina representante del alma andaluza, de ese alma
elegiaca, apasionada, consumida en su propia pasión. He ido a ver de cerca a La
Niña de los Peines para oírla hablar como la he oído cantar, como si deseara
que se completase en mí su figura.
El cuarto de una fonda donde
viven dos mujeres, con ese desorden natural de los artistas, una sola gran
cama, donde duermen la madre y la hija, y esa tristeza de los cuartos de fonda,
en lo que todo es siempre extraño a todos, con una frialdad de asilo, de rincón
de café, donde no se es más que transeúnte.
Me recibe la madre, un tipo de
gitana, guapa, matronil, de carácter insinuante y entrometido. -Mi hija duerme
-me dice-; la pobre está cansada, esta
tarde ha dejado de ir a los toros por esperar a usted…, pero como tardaba…
Antes de que se lo impida llega a la
cama y llama -Pastora, Pastora…- La joven duerme vestida tapada con la gran
manta roja de la cama, y hace un movimiento para levantarse presurosa. Yo la
detengo.
-Hablemos así -le digo-; esto nos
dará mayor intimidad; me hablará usted como se habla a las amigas que se
sienten a la cabecera del lecho. Pastora sonríe con una sonrisa algo ingenua,
bastante triste, y se recuesta bocabajo,
apoyada sobre los brazos, con los cabellos deshechos cayendo sobre el rostro y
con la mirada lejana a todo lo que le es habitual. A todas las preguntas sonríe
y calla, no contesta más que con monosílabos, pero en cambio su madre se adelanta
y me lo dice todo.
-¿Es usted andaluza?-. Me dice sí
mientras sus ojos miran a Andalucía. -Del propio Sevilla-me contesta la madre-
y criada en uno de los barrios más castizos hasta los once años, que vinimos a
Madrid a ver a una tía suya. -¿Desde cuándo empezó a cantar? -pregunto deseando
que ella me conteste- -Desde entonces -ataja la madre-. Todos me decían; tiene
un tesoro en la garganta, pero yo decía, Jesús, María ¿cantar mi niña?. Pero la
necesidad obligó…y ya ve usted… Empezó entonces…en ese viaje, a los once años…..
¿Dónde?. En el Café del Brillante, en la calle de la Montera, después, en todas
partes. ¿Ha estado en el extranjero?. Ella dice sí con la cabeza. ¡Ya lo creo! –
responde la madre-. En Santander, Paris, San Sebastián y Berlín. He ido a
impresionar gramófonos, pero no he trabajado más que en España -dice ella. Su
voz es llena, musical, agradable, y tiene ese gracioso acento andaluz que no se
puede representar gráficamente; por como la letra se alarga, se adelgaza y se
suaviza entre los labios. -Siempre estamos de viaje -dice la madre- y gracias a
Dios nunca nos ha pasado nada malo. A América nos da miedo ir porque al venir
de Melilla por poco nos ahogamos y le tengo miedo al mar. -Cuénteme usted
alguna historieta de su vida -le pregunto con la esperanza de hacerle hablar-.
-Nada, nada -se apresura a decir la madre-. Usted querrá saber los artistas que
más le gustan. De cantaores, Chacón…; tocaores, Ramón Montoya, Habichuela… -No
es necesario…Puede usted decir que es muy buena, muy generosa; podía ser muy
rica y es el amparo de toda la familia; hermanas, tías, primos…, no sabe lo que
gana y es su madre quien lo arregla todo. Miro con cierta lástima a la pobre
criatura, callada y sumisa, tan buena hija que se anula y se somete en todo a
su madre. -¿Qué canos le gustan más?. -Las coplas que ella arregla e improvisa.
-Dígame alguna. -Allá van, de tango:
Diez céntimos le di a
un pobre
y me bendijo mi
madre;
¡qué limosna tan
chiquita
por recompensa tan
grande!
De malagueña:
Los pícaro tartanero
un lunes por la
mañana,
los pícaros tartanero
le robaban las
manzanas
a los pobres arrieros
que venían de Toscana.
De peteneras:
Niño que en cuero y descalzo
vas llorando por la
calle,
ven acá y lloran conmigo,
que tampoco tengo
madre,
que la perdí cuando
niño.
De bulería;
Yo se la pedí
llorando,
al de la Puerta Real,
que me quite este
fatiga
tan grande que tengo
que no la puedo
aguantar.
Qué pena es quererte
tanto
Y tenerlo que
ocultar.
¡Estos sí que son
quebrantos!.
De seguidilla;
Padre mío Jesús de
Santa María:
Estos pezares que mi
cuerpo tiene,
yo le pido a
Jesús de Santa María
que estos pezares que
mi cuerpo tiene sean alegrías.
De taranta;
Corre, ve y dile a mi
Gabriela
que voy a las herrerías,
que duerma y no tenga
penas,
que vuelva mañana y
día,
que voy a fabricar
canela.
¡Prosa conmovedora! Hay que ver
cómo en la pronunciación embebe y alarga la medida para formar el verso. -¿No
canta uste más que flamenco?. -Nada más, si yo quisiera se coupletista, me
sería muy fácil; pero no quiero. No hay cantaoras, y coupletistas hay muchas.
-¿No canta usted picaresco?. -No, mi niña es muy moral -dice la madre. En
cuanto entra en un teatro, acuden las señoras y to el público se ve lleno de
sombreretes. -¿Por qué la llaman La Niña de los Peines?. -Por una canción que
cantaba cuando empezó. Y ya no me acuerdo de ella -dice Pastora, y añade: -A mí
no hay nada que me guste como lo castizo; no pierdo mi acento jamás; Me gusta
ponerme esta faldilla de lunares y un mantón, y ná más. -Y eso que tiene traje
casi regios -dice la madre-, y en la calle es tan elegante como la primera.
-Todos los años -dice Pastora- que ya ha adquirido confianza- canto saetas en
Málaga o en Sevilla; estas dos poblaciones y Madrid, es lo que más me gusta en
el mundo. -¿Más que París?-. -¡Ya lo creo!-. Su novio es de Málaga, -dice
terciando en la conversación otra mujer de tipo gitano y cabellos blancos-.
-Ahora estamos disgustados -dice Pastora- y tengo mucha pena-. -Es un señorito
andaluz que quiere casarse con ella -añade la otra-. -¿Se va usted a casar?
-¡Cá! -interviene la madre -¿Qué haría yo entonces?. -Criar a sus nietos,
señora -le digo riendo. Entretanto, como para desviar la conversación, La Niña
de los Peines me recita su saeta predilecta;
Se enturbecieron los
cielos,
hubo eclipse
extraordinario,
le da un desmayo a
María
al pie del monte
Calvario
viendo a Jesú en
l,agonía.
-Todas su coplas son casi místicas.
-¿Es usted devota?. Mucho, adoro al Señor del Gran Poder y a Nuestro Padre
Jesús y ….-¿Será usted también supersticiosa?-. – Sí, me asusta que se derrame
la tinta, viajar en martes, la bicha…todo….soy muy miedosa, pero, para que
usted vea. Al mismo tiempo, con lo que más disfruto es con que me cuenten
cuentos de miedo, de muertos y apariciones. -Y no es cobarde -añade su madre-.
Aquí, ande usté la vé, suelta una bofetada al que se propase; ya la han llevado
algunos. -La encuentro triste. -¿Está siempre así?- -Por mor de este -dice la
más anciana- cogiendo un retrato de una gran caja, en que revuelve para darme
el de Pastora. Apenas lo he tomado, cuando La Niña de los Peines me lo arrebata
y lo estrecha contra ella, llenándolo de besos. Su mirada y su actitud se han
impregnado de toda la voluptuosidad de su alma, hipertrofiada por el cante.
Parece que esta mujer se ahogaría en pasión, si no la desahogase en sus
cantares; que la abruma y la supera tener tanta alma en bruto.
Después de este arranque vuelve a
quedar silenciosa. Mira y calla como extasiada, como esperando volver a cantar
en las horas que no canta. Es como si tomase inspiración de las horas que pasan
calladamente a su alrededor. En el silencio y soledad de esas horas, ahorra la
voz que después regala a chorro suelto; en ellas cautiva su salvajismo, se
inspira en su instinto, en ese alma en la que no se debe intervenir con ninguna
perturbación ni ninguna lección, sino se debe dejar que cunda en soledad,
respondiendo a ese nombre español, gitano, flamenco de Pastora, que también se
unió al apellido Imperio, porque él tiene algo de imperial, de castizo, de
rotundo, como un milagro de pasión y de expresión, desgarradora y profunda.
Carmen de Burgos.
Fuente; Revista Semana. Madrid. 1916. B.N.E.