Sidney Franklin, Dos Pasos y Hemingway. Hotel Florida. Fotografía de Joris Evans
Archivo; Luis Spencer
En 1942 llegó a mi casa este pequeño libro de máximas y reflexiones, editado por Atlántida en Barcelona, está lleno de Montaigne, de Goethe, de Echarkt. En ese año, por esos sueños de la luz de mi vieja Alameda, estaba mi abuela Amparo en su azotea del Pasaje Quijano, marchenera oscura y hermosa de tantos lutos, esperando el eco sombrío y sordo del cante que su hijo José Cortés le traía de los corrales de Esquivel y La Bomba. El libro fue un regalo de mi abuelo marino para el cumpleaños de uno de mis tios, ese día apareció por nuestra casa un judio del barrio neoryorquino del Brooklin llamado Sydney Franklin, venía de Alcalá de Guadaira, donde había tenido un incidente y había estado retenido por la Guardia Civil, en su pais, también para sus autoridades era personaje poco de fiar y se negaban a darle el visado. Franklin fue esencialmente un aventurero, pertenecía a esa estirpe de norteamericanos de principios de siglo, como Hemingway, de quien fue intimo amigo y auxiliar durante su corresponsalía en España en la guerra civil, que abandonó en su país una posición acomodada y unos estudios y comenzó a recorrer el mundo, fue torero, periodista, presentador de tv y nos dejó una curiosa autobiografía; Torero de Brooklyn, viajó y vivió sus correrías por México, España y Cuba con Hemingway, hasta que un malentendido parece que les separó definitivamente.En 1961, Hemingway muere a consecuencia de un disparo, quince años después, en 1976, olvidado de todos en un asilo de Nueva York, muere Sydney Franklin. A toda aquella generación perdida entre guerras y aventuras les dejo esta aristotélica y lapidaria frase que abre el libro y que ellos hubieran suscrito con toda seguridad; vivir moralmente, vale más que vivir.