Dejando
atrás la calle donde se establece El Jueves de Sevilla, y
siguiendo el rumbo de la iglesia de la Macarena, se lee en una de las
calles de la derecha este nombre: Antonio Susillo. La ciudad
donde esparcieron sus sueños Montañés y Manara, Bécquer y Lope de
Rueda, Velázquez; y Afán de Rivera, Las Casas y Ponce de León,
Daoiz y Ortiz de Zúñiga, Arias Montano y Murillo; la ciudad,
en,fín, donde los hombres nota-bles brotan con la misma facilidad
que los trigos yendohacia Castilleja, ha honrado en vida al genial
Susillo, el literato del barro, al poeta de los bajo relieves, á la
brillantísima personalidad del jovene scultor, que posee, puede
decirse, una de las fantasías más espléndidas y más ricas. de
España. Recientemente hemos conversado con el fecundo artista en su
estudio de la Alameda de Hércules durante la mañana de un día
festivo. ¡Cosa rara! Sorprendimos á Susillo mano sobre mano, es
decir, dedicado á la holganza, cosa rarísima en este formidable
trabajador, que ha producido ya más obras que seis artistas juntos.
—Estoy
haciendo, véala
Usted,
la estatua de Elduayen; me sirve de modelo un amigo, y como hoy es
día festivo, no ha venido, y ha hecho bien, porque nada más natural
que un joven rinda el acatamiento debido á las fiestas dé hoy.
—¿Para
usted no hay día de fiesta?'
—Para mí lo son
todos los en que trabajo; la ale-gría mayor para mí es modelar una
estatua, dar con una postura, ajustar el parecido de un semblante,
idear un bajo relieve
Este afán
desmesurado por el trabajo nos recordó los últimos años de la vida
de Fortuny, durante los cuales el trabajo era su feliz abstracción.
—Y ¿qué mandará
usted para Madrid á que figure en la próxima Exposición?
—Pase
usted por aquí y lo verá.
Entramos
en un patio lleno de claridad, donde un sátiro á medio hacer tocaba
una flauta ó ana corna musa, y dirigiéndose Susillo á un Cristo
vaciado en bronce, exclamó, dándole un fuerte manotón en una
pantorrilla, el cual hizo vibrar metálicamente á toda la escultura:
—Voy á Madrid con
este Cristo, en la per-suasión de que la crítica no ha"de
tratarme muy bien.
—¿Por
qué?
—Por haberme
per-mitido romper con la postura de pies aceptada para los Cristos,
y por haber dado á esa expresión la del goce supremo
—Lo
enviaré, por dar á usted gusto. —¿De verdad?
—Tan
de verdad,"que allí lo verá'usted expuesto.
—Y
lo verá el piíblico de Madrid, y se quedará bizco, como suele
decirse, viendo esa clase de obras de usted; parece que usted ha
inventado el bajo relieve; eso es lo exclusivamente suyo, lo que
absolutamente nadie puede hacer y ni siquiera imitar; es usted el
maestro indiscutible del género. Por mi parte, creo ver en los bajo
relieves de usted literatura, poesía, artículos bellísimos, algo
personalísimo que usted ha traído al arte.
—Mil
gracias por sus flores; estoy orgulloso, puede usted creerlo, de
merecer á usted ese juicio.
—Y
este magnífico boceto, ¿porqué no lo envía también á Madrid? Es
un embrión soberbio; creo que debe usted mandarlo. —¿Le gusta?
—Muchísimo.
Es de una grandiosidad admirable. Nada, nada, á Madrid con él.
•—Pues
será usted también complacido; no se quejará usted de que no le
doy gusto; pero ya no
me
pida usted más envíos.
—Si
fuera posible que mandara usted también estas doce estatuas..... -
•—Pues
entonces que me pusieran un tren entero para mis envases, y punto
concluido. Esas doce estatuas están ya colocadas en uno de los
frentes del palacio de San Telmo.
—Le
advierto, amigo Susillo, que ayer las he estado viendo poner:
resultan de un gran efecto; pero ¿cuánto tiempo ha tardado usted en
echar fuera de la fantasía esas doce estatuas?
—Unos
ocho meses.
—¡Ocho
meses! ¡Pero si tiene cada una más de dos metros!
—Pues
ese tiempo he echado en hacerlas. Ahora tengo otros planes, otras
estatuas en la cabeza.
—Lo
que tiene usted en la cabeza es un universo de seres de piedra,
bronce y barro; usted, con decir fiat lux, envía á la realidad
cuanto quiere.
•—Cuanto
puedo
—Pues
puede usted, en ese punto, más que los demás escultores de España,
sin que se agravie ninguno. Y además es usted el más original, y
además el más poeta, y además el más literato. Me dará usted
doce fotografías de esas doce estatuas; hay necesidad de que, poco
á poco, las conozcan los lectores de LA. GRAN VÍA.
—-Tome
usted todo lo que quiera de mi estudio; suyo es todo.
—Gracias
por la cortesía. Cojo la docena de fotografías, y quiere decir que
LA GRAN VÍA dedicará á usted casi un número, para que se vea
cuántas cuerdas tiene mi paisano en la lira: desde lo más gracioso
y original á lo más valiente y heroico, pasando por las más
personales creaciones, eso es lo que usted posee: toda la lira,
pudiéramos decir en cierto sentido. Pero usted tendrá que hacer,
que salir, y yo le estoy quitando el tiempo.
—No;
no tengo que hacer nada, por rara excepción.
—Pues
yo sí. Le dejo á usted, y me voy ¡i ver el desfile de los pasos
desde la calle de las Sierpes.
—¿No
quiere usted dejar de rezar ninguna de sus oraciones?
— Lo
que no quiero es dejar de ver un solo manto de Virgen; en vez de
rezar, lo que tino dice á la vista de esos fabulosos bordados en el
terciopelo es, no Padre nuestro, que estás en los cielos,
sino ¡qué barbaridad! ¡Qué lujo ! ¡Qué chaparrón de oro!......
Lo cual que podrá
no ser religión, pero es, en cambio, belleza, que es
la más alta y pura de las religiones. Con que adiós, querido
escultor.
—Adiós,
querido poeta.
A.
S.
Fuente;
Revista Gran Vía, Madrid, nº 99. 19/05/1895. B.N.E.
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