viernes, 30 de julio de 2010

SEMBLANZA DEL P. LERCHUNDI



Era el Padre José Lerchundi, cuando tuve el honor de conocerle, de bien promediada estatura y corpulencia, aspecto sano, andar reposado y continente modesto. Cabeza erguida y bien calibrada; pelo ya gris y escaso; frente espaciosa de arcos superciliares marcados y cejas muy movibles y bien dibujadas. Los ojos eran pardos, de dulce expresión; las orejas de pabellón amplio; la nariz gruesa; los labios finos; cubierta con un bigote no muy poblado, como la barba, que incesantemente mesaba el Padre, como si le molestase, aunque más bien quizá por pulcritud, pues era, como Pio IX, incorregible aspirador de rapé, cuando conversaba familiarmente o paseaba dictando a su secretario. Entonces abría los brazos en ritmico movimiento, como si hiciera gimnasia, recorriendo a trancos la estancia, mas por lo general tenía las manos cruzadas mansamente, dispuestas siempre a estrechar con fuerte apretón las del amigo, pero propensas a ocultarse humildes entre las mangas del hábito cuando se quería rendir el debito tributo de respeto al venerable religioso, cuya bendición se deseaba y cuyo trato se apetecía al momento de conocerle.

En la conversación era discretísimo; su voz escasa pero bien timbrada, hablaba en una tonalidad baja, siempre simpática y pausadamente; la risa era franca e infantil; oía con benevolencia a todos, y sus observaciones más ligeras destilaban consejos sabios y prudentes. Dotado de un corazón ingenuo, enemigo de la doblez y la mentira, no gustaba del elogio, y gozaba lo indecible favoreciendo siempre a quienquiera que fuese.

Músico de verdadera inspiración, transfigurábase al órgano cuando acompañaba al coro religioso, cantando él con afinada voz de barítono, y deben conservarse curiosas transcripciones suyas de cantos árabes y composiciones de mérito. Como buen vascongado interpretaba los aires populares de su país con gusto y una delicadez incomparables…La historia le hará justicia, si es que sus contemporáneos no se apresuran, como deben,  a hacérsela en estos momentos”.


Doctor Tolosa Latour: El Padré José,
Págs. 26-29.


Tolosa Latour, el P. Lerchundi y La loca de la casa



En las cartas dirigidas a Galdós por el médico Tolosa Latour (Augusto Miquis) y publicadas hace pocos años por nuestro amigo el doctor José Schraibmanaparece mencionado varias veces el franciscano P. José Lerchundi. En la carta núm. 12, 18 de julio de 1891: «Lerchundi está en Marquina». En la carta núm. 17, 2 de agosto de 1892: «[...] salgo esta tarde para Regla con el P. Lerchundi para asuntos profesionales». En la carta núm. 18, de 5 de setiembre de 1892: «Acabo de llegar de Andalucía, donde fui acompañando al P. Lerchundi para un asunto de que te hablaré a nuestra vista». En la carta núm. 28, de 24 de agosto de 1894: «Hoy salgo para Chipiona con el arquitecto para convertirme en D. Manuel de La loca de la casa... Ya debías hacer una escapada para ver por dentro un convento de franciscanos y vivir con ellos unos días. Está el padre Lerchundi». Por fin, en la carta núm. 30 (última), de 6 de agosto de 1895: «[...] me voy a las hospitalariasgracias al Sanatorio playas de Chipiona donde el P. Lerchundi nos espera» (en esta frase me permito corregir «los hospitalarios» en «las hospitalarias», porque me parece que el masculino no tiene sentido).
Creo que estos pasajes, a pesar de su brevedad alusiva, merecen unos comentarios que podrán tener interés para los galdosistas. Sobre el P. José Lerchundi (1836-1896) no hace falta insistir: se trata de personaje conocido. Nos limitaremos a recordar de modo muy escueto su carrera, por lo demás sumamente sencilla. Nacido en Orio (Guipúzcoa) en 1836, José Lerchundi entró en la Orden de los Franciscanos y dedicó toda su vida al apostolado en Marruecos, cuya misión pertenecía entonces a su Orden; residió sobre todo en Tánger, en donde murió el día 8 de marzo de 1896, dejando fama lo mismo de virtuoso religioso que de competente arabista, y después de ocupar el cargo de prefecto apostólico de Marruecos. Entre sus numerosas actividades figura en 1880-1882 la fundación en Chipiona (provincia de Cádiz) de un colegio franciscano cuyo objeto era la formación de misioneros para Marruecos y Tierra Santa. Este colegio se estableció en el antiguo convento agustino de Nuestra Señora de Regla (cf. supra la carta núm. 17 de Tolosa Latour), ubicado en dicha localidad de Chipiona. Esta circunstancia explica los acontecimientos posteriores.
En 1892, el doctor Tolosa Latour, que desde el año de 1878 hacía activa propaganda a favor de la infancia desamparada y de la fundación de sanatorios para los niños raquíticos y tuberculosos -esos niños raquíticos que aparecen tantas veces en las novelas de Galdós- tuvo ocasión de lamentar, en una conversación íntima con el P. Lerchundi, que España se preocupase tanto de celebrar con mucho lujo y fausto el cuarto centenario del descubrimiento de América, mientras no se hacía nada por la tierna infancia, tan necesitada de ayuda y protección. El Padre franciscano le ofreció entonces su colaboración, y poco después se iban ambos a Regla, con el propósito de elegir terreno para el futuro sanatorio, sin contar con otros preparativos. A este viaje aluden seguramente los primeros pasajes citados más arriba, con fecha de 2 de agosto  y 5 de setiembre de 1892 respectivamente (cartas núms. 17 y 18). De ellos resulta que la estancia de Tolosa Latour en Andalucía duró más o menos un mes. Tanto él como el P. Lerchundi eran hombres muy activos y emprendedores, y las cosas marcharon rápidamente a pesar de las inevitables dificultades: el día 12 de octubre del mismo año (fecha escogida a propósito, según parece, y como para compensar el derroche de las fiestas oficiales del descubrimiento de América) se colocaba ya la primera piedra. Como siempre, hacían falta fondos, y a este respecto fue decisiva la intervención del P. Lerchundi, pues él, hondamente desinteresado en todo lo personal, a fuer de buen franciscano, supo reunirlos con la habilidad que acostumbran los eclesiásticos en esta clase de menesteres. Contribuyó la Reina Regente doña María Cristina, con un donativo de 10.000 pesetas, contribuyeron aristócratas, políticos y hombres de negocios, entre ellos el marqués de Comillas. En el verano de 1893, Tolosa Latour hizo otro viaje a Chipiona. Este viaje no aparece en las cartas publicadas por el doctor Schraibman, pero resulta de otra escrita por Lerchundi a la Reina Regente en la que dice, en 22 de agosto de 1893: «Desde hace tres días me encuentro en este Santuario de la Virgen de Regla con mi querido amigo el doctor Tolosa Latour, que ha venido a ultimar todos los preparativos para desde luego dar principio a los trabajos del primer Sanatorio marítimo español...».
Del año 1894, que es el de la tercera carta publicada por el doctor Schraibman en que se menciona el nombre de Lerchundi (núm. 28), tenemos varios documentos referentes a la empresa de Chipiona:
1.º una carta del P. Lerchundi, fechada en La Aliseda (en donde estaba tomando las aguas), 2 de julio de 1894, y dirigida al marqués de Comillas, en la que, detalle curioso, no menciona a Tolosa Latour;
2.º otra del mismo, 5 de julio de 1894, al papa León XIII, pidiéndole su bendición para el Sanatorio, y la contestación -favorable desde luego- del Vaticano (14 de julio de 1894); en esta contestación, firmada por el cardenal Rampolla, se notan las líneas siguientes: «[...] el Augusto Pontífice ha tenido palabras de elogio, tanto para el egregio señor doctor Tolosa Latour, que ha concebido y por mucho tiempo madurado el proyecto, cuanto para V. P., que favorece su realización».
3.º otra de 13 de setiembre de 1894 dirigida a Lerchundi desde La Granja por la infanta Isabel, que promete un donativo, y recuerda que ya tenía noticia del proyecto por el Dr. Tolosa Latour;
4.º otra de la infanta Paz al mismo Lerchundi, 20 de setiembre de 1894, que envía un modesto donativo (200 pesetas);
5.º otra de la infanta Luisa Fernanda al mismo Lerchundi, Sevilla, 3 de noviembre de 1894, que le anuncia un donativo de mil pesetas.
Entre los que contribuyeron, pero después, hay que señalar al propio Galdós: en 1904, cuando se dio una función de El abuelo a beneficio suyo, entregó toda la cantidad recogida al sanatorio de Chipiona.
Los Estatutos de la Asociación Nacional para la fundación de sanatorios y hospitales marinos en España, estrechamente ligada con la fundación de Chipiona, constan de veinte artículos y fueron visados por el Gobierno Civil de Madrid el 30 de julio de 1894.
Todos estos detalles constituyen, a lo menos en parte, el «background» de lo que escribe Tolosa Latour en la carta núm. 28 del doctor Schraibman, y de toda la documentación reunida por el principal biógrafo de Lerchundi, el P. José M. López, se desprende la impresión de que la colaboración entre el médico y el franciscano se desarrolló en una atmósfera de entera e íntima cordialidad. El 13 de marzo de 1896, a raíz del fallecimiento de Lerchundi -muerto en Tánger cinco días antes- y con su seudónimo de El doctor Fausto, Tolosa Latour publicaba en El Imparcial de Madrid un artículo necrológico donde prestaba homenaje, con profunda emoción, a la labor del «Padre José» en la creación del sanatorio de Chipiona.
En este asunto, merece un comentario especial la carta de 24 de agosto de 1894 (núm. 28) en la que Tolosa Latour declara que se convierte en el don Manuel deLa loca de la casa. Como se sabe, la novela dialogada así titulada es de 1892, y la comedia correspondiente se estrenó en Madrid el 16 de enero de 1893. Por lo tanto, hay una coincidencia cronológica perfecta entre la aparición de esta obra y la iniciativa conjunta de Tolosa Latour y de Lerchundi. La mención de «D. Manuel» por Tolosa produce alguna sorpresa, porque, a primera vista, no hay ningún personaje de este nombre en La loca de la casa. Pero, leyendo el texto con atención, nos damos cuenta que el tal don Manuel no es otro que el alcalde Jordana, que casi siempre sólo aparece con su apellido. Si no me equivoco, lo llama don Manuel una sola vez en la novela dialogada (acto IV, esc. 9) y dos veces nada más en la comedia (acto IV, esc. 6 y 9) una hermana de la Caridad cuando se dirige al alcalde. Es lo único que hay, y ese detalle nos revela el cuidado con que Tolosa Latour leyó la obra, o la escuchó cuando la representación. Mas hay algo más importante: Jordana es el fundador de un hospital, asilo de huérfanos y casa de expósitos. Y como Tolosa también se llamaba Manuel, es natural que le haya chocado la coincidencia. Pero ¿se puede de veras hablar de coincidencia? Entre la elaboración de La loca de la casa y la creación del sanatorio de Chipiona hay una interferencia muy notable. La carta que anuncia a Galdós la salida de Tolosa y Lerchundi para Regla es del 2 de agosto de 1892, la que le anuncia el regreso es de 5 de setiembre de 1892. Por otra parte, La loca de la casa es de octubre de 1892.Desde hacía tiempo, Galdós conocía perfectamente las preocupaciones y actividades de Tolosa Latour en pro de la infancia enferma y desvalida, y no entrañaban para él ninguna novedad. Pero poco antes de la elaboración de La loca aquellas preocupaciones y actividades tomaron de pronto un giro preciso y concreto con la creación del sanatorio de Chipiona. No parece temerario, pues, suponer que, en La loca de la casa, el personaje de don Manuel Jordana, fundador de un hospitalasilo y tocayo de Manuel Tolosa Latour, nació en parte -sólo en parte, desde luego- del conocimiento que tuvo Galdós de la fundación del sanatorio de Chipiona.
Evidentemente, en la obra, Jordana y su hospital representan un elemento secundario y como marginal. Pero ya sabemos que esto ocurre muy a menudo en las novelas de Galdós; se ha notado que el argumento principal viene acompañado de argumentos secundarios -una especie de contrapunto- que se entrecruzan con él. Podemos añadir que estos argumentos secundarios son la parte donde Galdós coloca ciertos recuerdos o alusiones personales, mientras parece que reserva el esfuerzo de creación original para el argumento principal. A este respecto, precisamente, resulta muy característico el caso del mismo Tolosa Latour que, bajo el nombre de Augusto Miquis, figura tantas veces en las novelas de Galdós, pero no adquiere nunca dimensiones importantes y permanece siempre en el segundo plano, fuera del argumento principal.

Robert Ricard, La Sorbona. París
Fuente; Biblioteca  digital Miguel de Cervantes
Anales galdosianos, año III, 1968

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