Hay un procedimiento interno, hacia una cierta dominación del azar, donde el texto siempre se encuentra en los límites del oscurecerse y desaparecer, el juego, como señala Foucault, de una crítica que hablase infinitamente de una obra que no existiese, quizás en la repetición enmascarada solo exista el punto de partida, la multiplicidad y el azar son desplegados, parece que no vamos hacia los textos, sino que regresamos siempre. En el sentido de lo transitorio se establecen los grandes exilios, y ahí el texto pude decirse a sí mismo y realizarse a sí mismo. Escribe Holderlin;
Pero a nosotros nos toca,
bajo la tempestad de dios,
¡oh poetas!, permanecer con la cabeza descubierta.
Pues los que nos prestan el fuego del cielo,
los dioses, también nos dan el sagrado dolor.
¡Aceptémoslo!. No soy sino un hijo de la tierra.
Así el hombre; cuando la dicha está a su alcance
y un dios en persona se la trae, no la reconoce.
Pero desde que sufre,
entonces sabe expresar lo que quiere,
y entonces las palabras justas
se abren como flores.
El retorno es siempre el acontecimiento secreto de la gran literatura, los temas de la conciencia de un exilio, borradores provisionales en manos del azar, una cara interior del lenguaje que muestra su desgarro y esplendor, el escritor, como recordaba Hegel, debe de pensar siempre en el principio. Volvemos nuevamente a Foucault; “Siempre puede decirse la verdad en el espacio de una exterioridad salvaje; pero no se está en la verdad mas que obedeciendo a las reglas de una “policía” discursiva que se debe reactivar en cada uno de los discursos”. Ese espacio de exterioridad salvaje conviene y se da en los comienzos, la laguna, el vacío del mundo en las palabras emerge entonces en la literatura y la obra, las situaciones extremas de oposición, la verdadera ruta del espíritu es un momento donde los extremos se concilian, donde la palabra nos envuelve y nos transporta, la voz de Heráclito; sin no esperas lo inesperado, no lo reconocerás cuando llegue.
Cada sueño
surca su silencio,
descubre y acaricia su herida,
siempre
buscando lo perdido,
la soledad de una palabra,
su desafío.
Suena la quietud del atardecer
en la hora que borra los caminos,
que alumbra
la noche y el callar.
Cada sueño
regresa el tiempo de la ausencia,
el temblor y el soplo
del abismo de una vida,
la crisis
de una muerte sin desenlace.
6 comentarios:
Mi querido amigo:
Hoy no tengo palabras, no se abren como flores. Estoy en tu poema y en los versos del maestro Holderlin. Emoción, aceptación, revelación...Gracias.
Muchas gracias, Marisa, por tu generosa atención. Dejemos vivir, abrirse a las palabras.
Un beso
Que bien describes el recorrido del escritor en ese enhebrar del verbo y el pensamiento para plasmarlos en la obra. El eterno retornar en la literatura y su carácter evocador. Un discurso reflexivo a la par de esclarecedor. Abrazos
Gracias Evelyn, por tus palabras, y disculpa la tardanza pues he estado fuera de Sevilla
Un fuerte abrazo
¡hola¡
llego aquí por expresa recomendación de Juan manuel Macías.
Estaré atenta a tu blog.
Un abrazo.
Gracias, Ana, por tu visita, y bienvenida, espero que sigas compartiendo este espacio.
Un abrazo
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